29 octubre 2008

Raúl Scalabrini Ortíz/ El destructor de espejismos



RAÚL SCALABRINI ORTÍZ

El destructor de espejismos

Siguiendo el precepto de Roger Bacon, Raúl Scalabrini Ortíz contempló el mundo y el tiempo en que vivió. Es cierto, contempló su época y dio cuenta de ella. Scalabrini fue un hombre de letras, pero también un hombre de acción; un ser que, a través de su obra literario-periodística y sus producciones teórico-políticas, procuró la transformación de la realidad. A su vez, también es cierto que sus sueños de cambio fueron desafiados por los propios devaneos intelectuales, los cuales estuvieron marcados por la búsqueda de una identidad individual y colectiva junto a la necesidad de escudriñar ciertas cuestiones vinculadas a la realidad político-económica del país.
Una línea de fuerza parece condensar el afán de Scalabrini por entender su época: indagar acerca de quiénes somos y de dónde provenimos. Estas son las preguntas que canalizan los movimientos intelectuales y espirituales que van modelando el espacio urbano-arquitectónico (cuerpo y alma) en Raúl Scalabrini Ortíz.
“Atreverse a erigir en creencia los sentimientos arraigados en cada uno, por mucho que contraríen la rutina de creencias extintas, he allí todo el arte de la vida”, sentenciará Scalabrini. Y esta sentencia encuentra su marca de hierro candente en un niño que va creciendo bajo la influencia de perfiles familiares contradictorios: este niño nacido en la provincia de Corrientes el 14 de abril de 1898 es hijo de Pedro Scalabrini, un positivista convencido de lo central de la ciencia para el entendimiento del universo, y amigo de Florentino Ameghino y de Ernestina Ortíz (los Ortíz de Paraná) de abolengo patricio y acendrada creencia católica.
Por otro lado, Raúl tiene un hermano mayor, Pedro, que se reúne asiduamente con sus primos Manuel Gálvez y Evaristo Carriego. “La Brasileña” o “Los Inmortales” serán los lugares donde Pedro y sus primos vivirán noches en las que, como dice Norberto Galasso “ alternan las imprecaciones de Florencio Sánchez con las bromas de José Ingenieros, o los versos arrebatados de Alberto Ghiraldo; la escuela de la calle y sus verdades ríspidas, mezclando los invertebrados y los rectángulos con el dolor del arrabal, la tragedia del desocupado y la carga represora de los cosacos”. Esta será otra de las influencias familiares que irá marcando el espíritu y las ideas de Raúl Scalabrini Ortíz.
Anteriormente habíamos mencionado el interés de Scalabrini por las letras. La guerra del’14, “La Gran Guerra”, lo encuentra sumergido en la avidez de la lectura: Guy de Maupassant, Edgar Alan Poe y Oscar Wilde, en una etapa inicial; luego Gogol, Tolstoi, Gorki y Dostoievski.
Llega el tiempo de la facultad y con ella el tránsito por una fugaz experiencia política que, sin embargo, lo marcará en el futuro. Scalabrini recordará esa época con estas palabras:

“Todos sabíamos que el pueblo ruso se debatía bajo la férula de una clase dirigente egoísta y rapaz, que contra la voluntad popular se imponía con el apoyo del capitalismo extranjero, francés en su mayor parte. El tiempo de la Revolución (de octubre de 1917) conmovió al mundo...”.


El impacto de la Revolución Rusa lo acerca al marxismo y es así como lee fervientemente los textos de Marx, Engels, Lenin y Plejanov. Comprende, a través de estas lecturas, la importancia de los factores económicos (estructura) sobre los acontecimientos sociales, políticos, culturales e ideológicos (superestructura).
El acercamiento al socialismo revolucionario y la formación del grupo “Insurrexit” más la suma de las lecturas habituales, marcarán en Scalabrini la fuerte interpretación de los sucesos económicos como sustrato o basamento de ciertas condiciones de dominación social y cultural.
Scalabrini Ortíz se recibirá, finalmente, de agrimensor y en busca del sustento económico obtiene un trabajo en la Dirección de Puertos.
La inquietud literaria sigue siendo una cuenca inagotable. Frecuenta la librería editorial de Manuel Gleizer, a través de quien publica en 1923 un libro de cuentos titulado “La Manga”. Ingresa, por esos años, al grupo Florida.
Querer saber quiénes somos, de dónde provenimos y hacia dónde vamos es la fuerza que lo guía en su experiencia y, también, en el confuso camino hacia la construcción de una identidad; hacia la fe o el espíritu que de forma y supere al cuerpo de ese hombre que sufre y espera. La búsqueda de una tarea mayor y colectiva, que franquee la conformación dialéctica de su carácter; algo que trasvase los límites de su individualismo y que supere aquellas contradictorias influencias que lo marcaron en su niñez. En síntesis, crisis espiritual, escepticismo que se halla reflejado en su libro de cuentos y desorientación. Acercamientos a la literatura y a la filosofía; viajes por el interior del país. “Días de sufrir, días de esperar”, dirá Scalabrini.
Entre los años 1924 y 1930 realiza el clásico viaje a París, el cual caracteriza el desplazamiento o movimiento que un escritor debe realizar para la consolidación oligárquica de la exquisitez (Scalabrini tiene ahora, otros amigos: Borges, Gainza Paz, Enrique Mallea, etc.) y su posterior consagración. Pero el resultado de este viaje se transforma en la desviación del camino trazado y en la dilución de un esperado cierre del círculo tradicional del escritor argentino. Apunta Scalabrini:

“Yo llevaba una estima reverente, conjeturaba que los europeos eran con relación a sus obras lo mismo que nosotros en relación a las nuestras: infinitamente superiores a sus realizaciones. Me equivoqué. Di con técnicos. Técnicos del saborear. Técnicos de la escritura... Cada hombre está íntegramente en su órbita. El labriego es el mejor labriego, y el historiador el mejor historiador, nada más. Pero no sentí en ellos esa congestión de posibilidades, esa desorientación de solicitudes; ese afán de inhallables que había sentido palpitar en la entraña joven de mi tierra... Comprendí que nosotros éramos más fértiles y posibles porque estábamos más cerca de lo elemental. La revisión fue brusca y profunda. Hasta la historia de los hombres de mi tierra se abrió ante mí como si sus hechos fueran las radículas procuradas de la savia del futuro... Desde entonces mi fe es la que los hombres de esta tierra poseen el secreto de una fermentación nueva del espíritu”.


El espíritu de la tierra comienza a erigirse en esa suerte de fe, de empresa superior que lo orienta en el entendimiento de su crisis tanto espiritual como política. Comienza así a tomar forma el sentido de aquellas preguntas iniciales: saber quiénes somos, de dónde provenimos y hacia dónde vamos. Sus ojos se han vuelto hacia la Argentina: la tierra y su espíritu; la energía de una pampa casi esotérica, indómita, en su inmensidad. Inicia, guiado por este vuelco en su visión del mundo, sus viajes por el interior del país. Conoce el verdadero rostro de esta tierra: “cepos en una estancia perteneciente a una sociedad inglesa en Salta, con el que se castigaba a los peones; jornaleros de la selva “montoliera” cuya comida depende de incalculables azares; la lucha junto a las laderas de la Sierra del Alto, para intentar construir un ferrocarril estatal...”. En fin, el resultado de esos viajes constituye la apertura definitiva del camino hacia la lucha antiimperialista.
Otro hecho de importancia que marcará su radical alejamiento del rol del intelectual consustanciado con la escritura colonial del vasallaje oligárquico, lo constituye la relación que entabla con el escritor y metafísico Macedonio Fernández, el hombre que se automargina del mundillo literario y filosofa en una habitación de pensión. El primer metafísico argentino que desprecia “la celebridad fabricada del poder dominante”. Scalabrini afirma y consolida su visión del país y de los países centrales; afina el análisis de las relaciones estructurales entre Argentina y Europa.
Hacia los últimos años de la década del veinte, Scalabrini toma contacto con un grupo nacionalista oligárquico (nuevamente aflora en él la contradicción dialéctica, marcada por la influencia del modelo dual de familia), que publica “La Nueva República”. Pero los valores vertidos por su padre se imponen y pronto se aleja de lo que para él representa “un nacionalismo reaccionario nacido, no en la lucha contra el imperialismo, sino para combatir a los obreros extranjeros y a sus ideas internacionalistas”.
Hace periodismo escribiendo para La Nación, El Hogar y El Diario, mientras busca esa tarea mayor, esa empresa colectiva, esa “tarea irrealizable”, que podía ser realizada en cualquier momento. Para ser yo mismo - dice Scalabrini - “quería fundirme en algo más grande que yo mismo”. La muchedumbre innúmera: el espíritu de lo que será el hombre que está solo y espera.
Estalla la crisis de 1929, conocida como “Jueves Negro” y el país ve resquebrajar su economía agraria semi-colonial. Al disminuir los derechos aduaneros por la caída del comercio exterior, el Estado paraliza las obras públicas y cesantea a miles de agentes. La desocupación es desesperante.
La oligarquía agrícola-ganadera se encuentra aterrorizada. Yrigoyen y el juego de la apertura de un proceso democrático, ya no le son útiles a los dueños de la tierra. El 6 de septiembre de 1930, el general Uriburu (títere del poder hegemónico) derroca al gobierno de Yrigoyen, elegido en forma popular.
Nuevamente aparece un Scalabrini Ortíz todavía políticamente inexperto, inmaduro, apoyando el golpe contra el gobierno de Yrigoyen.
Llega a sus manos, de modo inesperado, un volante que denuncia a los nuevos ministros del gobierno de Uriburu. Estos son directivos de empresas extranjeras. Scalabrini comprende su error y empieza así a revalorizar la figura de Yrigoyen.
Decide abandonar el diario La Nación, donde había llegado a alcanzar el título de redactor, uno de los cargos más altos y de mayor prestigio según Scalabrini, para pelear desde el llano en defensa de la voluntad popular.
Pasa entonces, a atacar a la dictadura de Uriburu desde Noticias Gráficas, mientras prepara el emblemático ensayo El Hombre que está solo y espera en el cual intenta plasmar su visión sobre la importancia de descubrir en esa muchedumbre innúmera, identificada en el hombre de Corrientes y Esmeralda, las resonancias del espíritu de una tierra que no cesa en su clamor de reconocimiento. Luego, desarrollaremos más este punto de una obra literaria clave.
Teniendo en cuenta este relato podemos sí agregar ahora que Scalabrini Ortíz, además de ser un hombre de letras fue un hombre de acción. Un hombre que entendió el lenguaje como acto y como arma.
Desde el año 1930, Scalabrini desarrolla una fuerte acción de denuncia y crítica. Investiga aspectos de la coyuntura nacional. Investiga, con gran interés, el desarrollo de la economía del país. Denuncia y critica el golpe de Uriburu, el gobierno de la Concordancia, el Fraude Patriótico.
Hacia el año 1933 Scalabrini se encuentra profundamente inmerso en la investigación económica. Denuncia el pacto Roca-Runciman (1-5-1933), pacto que establece el estatuto legal de coloniaje en Argentina. Este pacto establecía, por un lado, la seguridad de la colocación de las carnes argentinas en el mercado británico, y por el otro (o como consecuencia de dicha seguridad) obligaba al país a cederlo todo: “el 85% de la cuota en favor del polo extranjero, el compromiso de que no habrá de crearse en la Argentina ningún nuevo frigorífico nacional privado, la exención de tarifas para la importación de carbón inglés, la contratación de un empréstito, con el fin de que las empresas inglesas en la Argentina puedan girar sus dividendos a la City, e incluso, pacta secretamente otras concesiones gravísimas tales como la creación del Banco Central Mixto y la Coordinación de transportes, que ponen en manos británicas el control de la moneda, el crédito y el transporte”. Desde “Ultima Hora” Scalabrini dirá: “Se dice que los ferrocarriles tienen poder suficiente para hacer y deshacer gobiernos”.
El 28 de diciembre de 1933, Scalabrini participó activamente del levantamiento cívico-militar (de corte yrigoyenista) de Paso de los Libres. Este levantamiento fue sofocado rápidamente, lo cual le valió, en primer lugar, la reclusión en la Isla Martín García, y luego, el exilio en Europa. Hacia 1934, con el cambio de mando en el gobierno hacia el general Justo, Scalabrini regresa al país.
En el año 1935, y a raíz del silencio y la connivencia del gobierno dictatorial de Justo con el poder oligárquico, de acendrada inclinación anglófila, Scalabrini Ortiz, desde el semanario “Señales”, desarrolla sus denuncias en torno a la creación del Banco Central Mixto, “ que transfería el crédito y la moneda del Estado a la banca extranjera”. Pero Señales es apenas una pequeña isla dentro del gran archipiélago de los medios hegemónicos. Scalabrini apuntará: “El periodismo está en su totalidad supeditado a esas enormes potencias económicas y financieras. La opinión pública argentina es la opinión de los ferrocarriles y del Banco Central.”
Scalabrini tiene 37 años y se siente pleno y políticamente maduro. Señales no lo conforma y, en junio de 1935, se vuelca a la acción militante incorporándose a F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Este nuevo espacio político estaba formado por antiguos militantes del radicalismo, como Luis Dellepiane y Juan Fleitas, y por grupos de jóvenes que se sumaban al proyecto de la recuperación de la conciencia nacional. Dentro de este grupo se encontraba la figura de Arturo Jauretche y Homero Manzi, quien militaba con su nombre original: Homero Manzzione. Scalabrini Ortíz se suma al grupo y se convierte en su principal teórico.
Es desde este espacio que Scalabrini iniciará un proceso que podríamos definir como “revisionismo histórico”. Es decir, un enfoque de análisis de tipo estructural- histórico, el cual intenta rastrear cierto hilo de continuidad histórica, situado en la esfera de la política rosista, que pueda ofrecer una explicación de la situación actual de vasallaje e imperialismo en que se hallaba sumergido, por esos años, el país.
El abanico de este proceso, y sus resultantes investigaciones, son reunidas y editadas bajo la forma y el nombre de los Cuadernos de FORJA. Algunas de las investigaciones más importantes son Política Británica en el Río de la Plata e Historia de los Ferrocarriles Argentinos. Es interesante destacar que Scalabrini Ortíz era quien desarrollaba las investigaciones y elaboraba el marco teórico-político de F.O.R.J.A., mientras que Arturo Jauretche - quien luego sería uno de sus más grandes amigos - era el difusor de las ideas diseñadas por Scalabrini.
FORJA seguirá, entonces, con su campaña de promoción para la recuperación de la conciencia nacional, antiimperialista; debatiendo en un sótano de la calle Lavalle, produciendo sus textos a mimeógrafo y realizando pegatinas de folletos de neto corte denunciativo.
1940 es el año en el que FORJA siente sus primeros cimbronazos internos, debido a que los sectores más jóvenes y pujantes, desean extender la agrupación hacia sectores más vastos y para ello es necesario reformular el estatuto original, anulando la cláusula que pone como condición para integrarse a FORJA, la afiliación obligatoria a la Unión Cívica Radical ( línea yrigoyenista). La tensión entre las fracciones de FORJA va creciendo, y en una de esas noches del frío invierno de 1940 se produce una fuerte discusión entre Scalabrini Ortíz y Dellepiane, presidente de FORJA en ese momento.
Se realiza una Asamblea Extraordinaria, hacia el mes de septiembre del ’40 y se sanciona el nuevo estatuto que elimina el requisito de la afiliación obligatoria al partido radical. Como consecuencia, Dellepiane presenta su renuncia indeclinable. (La semilla que originó el cisma interno quedó sembrada desde una antigua posición que FORJA tuvo frente al gobierno de la Concordancia, la postura de la abstención revolucionaria, la cual generó un choque de posiciones con la corriente de los galeristas de Alvear).
Hacia 1943 se produce la Revolución de los Coroneles debido al proyecto de sustituir al candidato a presidente para las futuras elecciones, Castillo, por Patrón Costas, quien era el candidato del partido Demócrata Conservador y que, además, tenía una fuerte inclinación hacia la anglofilia. FORJA apoya la revolución de los coroneles.
Dentro de esta estructura militar, en la que estaba incluido el entonces coronel Juan Domingo Perón, y en el marco de la Segunda Guerra Mundial, se produjo una situación de crisis interna debido a las diferencias de postura con relación a la neutralidad o no frente a la guerra.
Desde 1939, FORJA, y principalmente Scalabrini Ortíz, había manifestado la necesidad de mantener la neutralidad para evitar caer en la trampa que proponían los imperialismos en pugna. En un acto público, organizado y costeado económicamente por Scalabrini, en 1939 y bajo la presidencia de Ortíz, el mismo Scalabrini pronunció: “La guerra es inminente. Las llamadas potencias totalitarias, imperialismos insatisfechos, disputan a las llamadas grandes potencias democráticas, imperialismos realizados, la hegemonía que éstas detentan. La lucha es por el dominio material del mundo...”.
El resultado de estos dos enfoques que Scalabrini se plantea en simultaneidad - uno, la neutralidad, el otro, afianzar el proceso de concientización nacional - es el nacimiento del diario Reconquista. En el editorial del primer número, Reconquista, define su posición neutralista, como así también continúa con su línea antiinglesa en relación a la defensa de los límites y de los intereses nacionales. También define su posición frente al peligro alemán, concebido como uno de los dos imperialismos afectados en la guerra por el dominio del mundo. Reconquista dura, apenas, 41 días.

Scalabrini Ortíz y Perón.

Desde dentro de la estructura militar, Perón va accediendo a diferentes cargos. Es Secretario de Trabajo y Previsión, y Ministro de Guerra. Entre los años 1943 y 1944, Arturo Jauretche mantiene periódicas reuniones con el coronel Juan Domingo Perón. Estas reuniones simbolizan el traspaso de las banderas nacionales de FORJA hacia el hombre que habrá de concretarlas políticamente. Perón había leído los Cuadernos de FORJA y los libros de Scalabrini Ortíz. De esta manera incorporó las ideas del nacionalismo democrático combinándolas con las reivindicaciones obreras que, desde la Secretaría de Trabajo, iba apoyando paulatinamente.
En junio de 1944, Scalabrini toma contacto, por primera vez y durante una conferencia en La Plata, con Perón. En su discurso, el coronel se pronunció en contra del capital extranjero y se definió en favor de la creación “de una industria propia y pesada”. Durante la cena realizada al terminar la conferencia, Scalabrini le envió a Perón la tarjeta del menú en la cual escribió: Coronel, le vamos a pedir los trencitos, y la firmó. Al despedirse, Perón le aseguró que los tendría.
En 1945, Argentina le declara la guerra al Eje. El embajador Braden, de orientación aliadófila, intenta eliminar del gobierno a la fracción militar nacionalista encabezada por Perón. A los pocos días Perón es detenido y los antiguos dueños de la tierra reclaman la entrega del gobierno a la Corte.
Pero el 17 de Octubre de 1945, por la mañana, comienza a escucharse por todos los rincones, un rumor que pone nerviosa a la ciudad; una vibración que hace entrar en tensión al país. Es la muchedumbre que se dirige hacia el centro de la ciudad. Ese día vivirá por siempre en el recuerdo de Scalabrini. Escribe: “Aquel día yo vi el rostro de la historia en toda su esplendorosa plenitud. Yo era uno cualquiera que sabía que era uno cualquiera y sin embargo, como un tremendo vendaval, me acudía el orgullo de estar abriendo el cauce de los tiempos venideros.”.
El 4 de junio de 1946 Perón accede al poder. La revolución Nacional adquiere dinamismo: después de haber nacionalizado el Banco Central la batalla es por los ferrocarriles. Las fuerzas de Scalabrini se orientan hacia ese frente. Funda la Unión Ferroviaria y luego La Comisión Pro-Nacionalización de los Ferrocarriles.
En febrero de 1947 la batalla contra el dominio inglés sobre los ferrocarriles concluye con la firma del contrato de compra-venta de los ferrocarriles por parte del Estado Nacional. El 1º de marzo de 1948 el Estado toma posesión de los ferrocarriles.
Entre 1948 y 1951 se produce un desplazamiento hacia la izquierda en el pensamiento de Scalabrini, hacia lo que podríamos definir como socialismo nacional. Proyecta la construcción de un partido revolucionario prestando especial atención al hecho de que la declaración de la independencia económica (1949) no significa “un punto final sino uno de partida, porque la oligarquía está aún viva.”. Sostiene la “necesidad de la Patria Grande de Latinoamérica”.
La revolución Nacional se empantana y comienza a manifestarse una regresión en la esfera política del gobierno: burocracia obsecuente, la Confederación General de los Trabajadores entrega su independencia; en el plano económico se abren paso las soluciones monetaristas y los hombres de FORJA van siendo marginados.
Scalabrini capta que este sector burócrata creciente, que acumula cada vez mayor poder e influencia, quiere silenciar su voz, dejarlo sin tribunas donde expresar su visión crítica del proceso. La revista Sexto Continente publica un artículo suyo y dejar de salir al siguiente número. Otra revista, Latitud 34 le hace un reportaje en primera página y también debe cerrar al siguiente número. Con posterioridad, da unas clases en la Universidad de Cuyo, y el Ministro Mendé le envía una misiva al rector de la universidad en la cual expresa su descontento por haber invitado a Scalabrini. Escribirá, entonces, las siguientes palabras:

“Durante la época de Perón me tuvieron con la boca cerrada. Ni un diario me abrió sus columnas. Ni una revista... Sólo alcancé a dar tres conferencias en un centro obrero y Borlenghi lo hizo clausurar... Tengo una gran capacidad de aguante y un natural optimismo, pero ese aislamiento silencioso parecía destinado a quebrarme definitivamente... Es claro que mi obre tenía un precio o: el precio que yo siempre pongo, la absoluta libertad para escribir y el gobierno de Perón hubiera sido constantemente hostigado por mí, para bien de Perón y del país. No le critico siquiera haberse rodeado de adulones... Pero debió haber dejado un resquicio, una trinchera, algo desde donde hubiéramos podido continuar adoctrinando y enseñando.”

A partir de este momento, Scalabrini se repliega y se llama a silencio ya que sabe con exactitud que, si no tiene una tribuna para construir desde la crítica, la salida es el choque frontal, y esto, entiende, será aprovechado por la oligarquía y el imperialismo.
En 1955 se produce el golpe contra el gobierno de Perón, conocido como “Revolución Libertadora”. Perón renuncia y se asila en Paraguay. Scalabrini ve reaparecer, desde las sombras, la figura de la infamia, y se prepara a actuar.
En octubre del’55, el gobierno de Lonardi le encomienda al economista Raúl Prebisch un informe de la situación económica. Scalabrini lanza “El Líder” desde donde critica la designación de Prebisch como asesor, recordando su pasado cargado de antecedentes entreguistas.
El lema engañoso de Lonardi “ni vencedores ni vencidos” se transformará en una sangrienta persecución y represión del movimiento popular. Se producirán en el año 1956, y como consecuencia de la proscripción del peronismo y el levantamiento liderado por el general Valle, los sangrientos hechos conocidos como los fusilamientos de José León Suárez, denunciados luego por Rodolfo Walsh en su magistral investigación de los hechos que se conoció, primero en artículos y luego ya en forma de libro, como Operación Masacre.

En la publicación De Frente, dirigida por John Wiliam Cook, escribirá su última denuncia:

“ ...Otra vez Prebisch, Taylor, Vicchi, Noble, Fassi... Otra vez Bunge y Born reinando soberano en el comercio de exportación... Otra vez La Nación adoctrinando contra las administraciones nacionales de los ferrocarriles... Otra vez la CADE y las amenazas a YPF...Otra vez los empréstitos... Otra vez los ingleses infiltrándose en los resquicios de la economía... Otra vez los cañones y las bayonetas apuntando al revés... Han vuelto. ¡Son los mismos!.”.


Scalabrini, Frondizi y “Qué”.


La sangrienta represión desatada sobre el movimiento popular desencadena en Scalabrini Ortíz una fuerte afección tanto física como espiritual. Sabe que el camino de la insurrección está bloqueado y sigue, entonces, el consejo que desde el exilio, su amigo Arturo Jauretche le sugiere: articular la salida en torno a la figura de un hombre que pueda retomar las banderas nacionales sin ser marcado de peronista. Scalabrini entiende que ese hombre puede ser Arturo Frondizi. Y lo será.
Scalabrini se acercará a la revista Qué, dirigida por Rogelio Frigerio, quien le ofrecerá las páginas de la misma como tribuna. Scalabrini acepta y retoma su defensa de los intereses nacionales. “La carta de Scalabrini Ortíz” aparece todas las semanas desde Qué, en una manifiesta actitud de denuncia: “Hacia la reconstrucción de la antigua estructura colonial”, “Un plan maestro contra el desarrollo argentino”, “El enemigo nos aconseja desmantelar nuestra defensa”.
En 1957, en el marco de las elecciones para convencionales constituyentes, Scalabrini manifiesta su apoyo al voto por los partidarios de Frondizi. Esto le vale enfrentamientos con los peronistas ortodoxos que, siguiendo las órdenes de Perón, están por el voto en blanco.
Scalabrini Ortíz se aleja transitoriamente de la revista Qué, debido al elogio que Frigerio brinda a las recetas elaboradas por Alvaro Alsogaray (radicación en el país de capitales extranjeros), posición que encuentra plasmada en un artículo de la revista.
Scalabrini se refugia en su casa de Olivos y desde allí analiza las primeras medidas tomadas por Frondizi: aumento general de sueldos, ley de amnistía con exclusión de Perón, levantamiento de las intervenciones a los sindicatos. Pero hay algo más: Frondizi envía al Congreso un proyecto que promueve el ascenso de Rojas y Aramburu. Vuelve, en 1958, a la revista Qué como director, y condena severamente el ascenso de Rojas y Aramburu.
El 24 de julio, Frondizi larga su “batalla del petróleo” con la colaboración del capital privado. El gobierno ha firmado convenios y cartas de intención con Panamerican Internacional, Banco Loeb, Sea Drilling y el grupo estadounidense, además de la existencia de una oferta de la Unión Soviética. Scalabrini analiza los contratos y se decepciona profundamente. En agosto publica su último artículo en Qué. El título del artículo evidencia el agudo y crítico análisis que hace de la situación: Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria”.
Al abandonar la revista Scalabrini no se encuentra bien de salud. Desde hace ya un año lo aqueja una afección pulmonar. Se aísla en su biblioteca y continúa observando el desarrollo del proceso político.
La confirmación de su enfermedad, cáncer, y noticias como el tratado que Frondizi firma con el Fondo Monetario Internacional, lo doblegan física y emocionalmente.
En el otoño del año 1959, en su biblioteca, junto a sus viejos compañeros, los libros, Raúl Scalabrini Ortíz muere sin poder ver realizado su sueño de una Nación libre y soberana.
Finalmente la muerte venció al hombre que concibió “el espíritu de la tierra” y al que le dio un cuerpo arquetípico, el del hombre de Corrientes y Esmeralda, ese hombre que está solo y espera.

Breve análisis: El Hombre que está solo y espera.

Indagando sobre las causas de la conformación digamos material del país, Scalabrini Ortíz trata de explicar el concepto de angustia, de soledad, podríamos decir, esa suerte de metafísica del espíritu de la tierra, concepto éste, que recorre de forma central el libro.
Ese espíritu es un espíritu agredido, invadido en su conformación. Una espiritualidad de llanuras (la pampa) que se encuentra, de pronto, habitada por florecientes ferrocarriles que crearán pueblos engrilletados al dominio del centro sobre el interior. Pueblos que verán la luz condicionados a los intereses de la metrópoli. En una palabra: imperialismo.
Estos pueblos responden al interés foráneo. Se desarrollan, van creciendo, conciben sus pulperías supeditados al trazado de las líneas férreas. Pueblos y pulperías que, al desmantelarse el ferrocarril, se perderán bajo la inmensidad sobrecogedora de las pampas y su cielo. Ferrocarriles que, en definitiva, no podrán con el espíritu de la tierra.
Ferrocarriles y Civilización. Civilizaciones que le darán un cuerpo a la pampa pero que no la doblegarán en su aglutinante omnipresencia. De esta manera estamos introduciéndonos en el concepto fundamental del libro. Libro que en alguna ocasión, el otrora reconocido y multifacético periodista Bernardo Neustad, definiría como un libro de literatura menor.
El Hombre que está solo y espera es el material literario y sociológico más importante en la producción de Raúl Scalabrini Ortíz. Surge, entonces, la pregunta pertinente: por qué. Bueno, podríamos decir que en este libro se encuentra la noción de identificación de un ser sumado al conjunto, a un espíritu colectivo y subyacente - el de la tierra - que se hace presente más allá de la categoría temporal.
Scalabrini instala al espíritu de la tierra en una especie de hombre arquetípico. Ese hombre es el hombre de Corrientes y Esmeralda. Es el ser que encarna el espíritu y no por centralismo porteño, sino por la característica peculiar de una Buenos Aires universal y universalizante; un Buenos Aires que agrupa, engloba, que reúne en un conjunto a todos los hombres y les ofrece su espíritu: el de la tierra.
El hombre de Corrientes y Esmeralda es como un gigante compuesto por una multitud, una muchedumbre, y que al mismo tiempo, de tan extenso que es, nos cuesta reconocerlo. Es el que alberga la vastedad de la llanura pampeana en su extensión. La Pampa, con su cielo profundo instalando en el hombre la noción de tiempo; la idea de que el tiempo es pasajero, es devenir, y de que ese cielo - como el tiempo - contiene en su vacuidad la palabra que angustia: muerte.
El hombre de Corrientes y Esmeralda es la cuenca hidrográfica, sentimental y espiritual de la República. Alguien, dirá Scalabrini, escupe en Jujuy y esa corriente de ríos que confluyen en Buenos Aires, lo hacen llegar. El hombre de Corrientes y Esmeralda es patrón de sí mismo, es egocéntrico. Siempre para juzgar a un hombre lo compara consigo mismo y si éste lo supera, lo acepta. Este hombre es sentimental, pero su decir no lo expresa, sí sus ojos, su mirada. Es como la música de un tango, no su letra. Tiene incorporado el sentimiento de soledad, de estar constituido como un ser pasajero, fugaz, y es por ello que no es definitivo en sus juicios. Busca siempre el por qué, el cómo, los atenuantes de un hecho, porque en el fondo continuamente se pregunta cómo habría actuado él mismo. Es, en este sentido, algo paternalista.
El hombre de Corrientes y Esmeralda echa sus raíces en la tierra para florecer en el mundo. Es el individuo que se busca, que se espera e identifica en la muchedumbre innúmera. Es aquel hombre que confía en sus pálpitos y por ello es la desgracia de los políticos que no lo pueden predecir. Admira la sagacidad, la rapidez mental y esto deviene de aquella potestad que ejerce la presencia de la llanura sobre él, sitio en el que se encuentra solo y debe subsistir en base a su propia capacidad para la creación de soluciones.
Ama la letra viva, la letra extraída de la vivencia, de la experiencia. Aborrece las abstracciones de las conceptualizaciones; lo ofusca el hecho de encerrar algo vivo, permeable, móvil y sentimental, dentro del concepto de un libro.
El hombre de Corrientes y Esmeralda tiene en sí incorporada la fuerte presencia de esa pampa sobrecogedora. Tiene metido en la entraña del alma el sentimiento de fragilidad - en cuanto a la existencia-. Se sabe efímero, y es por ello que es benigno con sus juicios. Necesita de la amistad, que acepta vía presentación (un otro conocido, amigo) y que desarrolla en la afinidad personal. Necesita, también, ídolos que representen en su conjunto un hecho. Por ejemplo, no idolatra a un jugador de fútbol fuera del marco del equipo.
Este hombre está solo, pero solo dentro del conjunto, dentro de las raíces globales del espíritu de la tierra. Rehumaniza la vida en el lenguaje íntimo de una charla de café. En la calle se siente desprotegido, camina por Corrientes, llega a Maipú; cruza y ya está en Esmeralda. Entra a un bar, y es aquí donde se encuentra ya más tranquilo, más seguro. Se halla en su cubil que lo protege de la crueldad de la vida. Toma un café. Prende un cigarrillo. Charla en la intimidad con un amigo y tiene la certeza de que está solo, pero el humo del cigarrillo y el café junto al amigo y la charla que mantienen, lo serena, aplaca su angustia.
El concepto de espíritu de la tierra es la contrapropuesta de Scalabrini Ortíz al individualismo positivista de Ortega y Gassett. Este no ha podido respirar el aire suspendido en la vasta llanura, no ha percibido su espíritu.
Uno podría especular pensando que Scalabrini vio realizado su concepto de espíritu de la tierra en el movimiento popular del 17 de Octubre de 1945. Aquella muchedumbre innúmera. La misma tierra, una idéntica llanura, el mismo espíritu al que Leopoldo Marechal apeló en su gran banquete; el espíritu de Maipú con su fragancia a glicinas.
Scalabrini Ortíz transfundió su idea de hombre arquetípico en la figura de José de San Martín. Aquel que fue débil para consigo, el opiómano. El mismo que fue justo con otros hombres y benigno para juzgarlos. El que ofreció a los hombres y a la historia de los mismos, una sentencia a recordar: “Serás lo que debas ser o no serás nada.”.


Por Conrado Yasenza.

BIBLIOGRAFIA.


- Scalabrini Ortíz, Raúl, “El Hombre que está solo y espera”, Buenos Aires, Plus Ultra, 1991.

- Galasso Norberto, “Scalabrini Ortíz”, Cuadernos de Crisis Nº.22, Edit. Crisis, Buenos Aires, 1975.

- Romero, Luis Alberto, “Los golpes militares, 1812-1955, Buenos Aires, Carlos Pérez Editor, 1969.

- Material facilitado por la Profesora de Historia Marcela Roberts.

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