03 agosto 2007

Bodys


La ciudad de las filtraciones


Terminaba de pensar en ciertos monosílabos y su obstinada manía de repetirse, de filtrarse. Y es que todo se filtra en la ciudad, todo se agita y descansa al ritmo de la ciudad. Terminaba, también, de cenar sustraído a la imagen de otra cena en donde un grupo de amigos brindaban por todos los “pitos” del mundo. Y esto era muy cómico porque las once de la noche es una horario más que aceptable para brindar por todas las pijas de esta tierra. http://www.icarodigital.com.ar/numero11/editorial/filtraciones.htm
Prendí un cigarrillo. Volví a pensar en las filtraciones, en la dinámica recurrente de los actos que ejercemos hasta el hartazgo, hasta el aburrimiento, y que tienen que ver con ese compás relojero de la ciudad. Compás relojero, ¡ja!...Me acordé, de golpe, de los juegos de la infancia: el juego de la oca... mueva las fichas en el sentido de las agujas del reloj. Todo reloj, todo circular. Diría, casi una obra de ingeniería suiza. Terminar de comer y prender un cigarrillo; terminar de hacer el amor para encender el mismo cigarrillo. Porque siempre es el mismo cigarrillo el que se enciende, siempre es uno existiendo en la simultaneidad de comer y coger fumando. Filtraciones que se esfuman y reaparecen. Compás de engranajes demandantes.
Parece extraño estar pensando en estas cosas porque uno asocia, por lo común, las filtraciones a las manchas de humedad en un techo o una pared. Y bueno, la ciudad es un poco eso, tiene algo de techo y de pared. Entonces, filtraciones de una ciudad cuya ceresita no resiste los humos y vapores que ella exuda. Humos parecidos al tiempo. Tiempo, vapores, humos y relojes perdidos para siempre porque siempre la ciudad nos los ha robado sin que terminemos de darnos cuenta. Pero ahí vamos de nuevo, provistos de una buena cantidad de “bueno”, “sí”, “no”, “claro”, “ahá”, “ bien”, “mal”, “¿así?”, que acumulamos como una maldición, como una medida de tiempo con la que nos entregamos a la idea de una vida de charlas en armonía.
No sé si logro hacerme entender, pero el lector sabe que, de vez en cuando, a uno se le da por pensar en estas cositas. Hecha la aclaración, continúo.
La verdad es que nuestra gramática es la sintaxis del amontonamiento de monosílabos .Monosílabos en los que había estado pensando durante la cena. Monosílabos mentidores, rencorosos como el último suspiro del día. Sintaxis del hipo que permite escuchar sin quedarse quieto a pesar de las sillas y las mesas y los manteles individuales, todo estático en su final diario. Sin embargo trato, en la medida de mis posibilidades, de estar desprevenido al canto de este lenguaje deslenguado. Por eso lo del desorden. Mi teoría es la siguiente: qué sentido tiene ordenar un ropero si para buscar una camisa, por poner un ejemplo, uno tiene que revisar entre los estantes y elegir la camisa que desea, con lo cual indefectiblemente el orden del ropero se altera.
Pero la idea que me llamó a todo este discurso eran las filtraciones de esta ciudad y el rumor de esos monos silbadores fingiendo en la mitad del placer.¡ Ah!, sí. Todo lo que fingimos por placer y lo que gemimos de verdad y lo que fumamos porque es lo que todo el mundo hace después de ciertos ejercicios como el amor.
En fin, hoy me di cuenta de que la vida es en sí un refranero popular. Uno juega con fuego hasta que se quema y puede pasar que nos quememos mal, muy mal. Estamos unos frente a otros cuando oímos la sirena de una ambulancia desplazándose, a toda velocidad, por la avenida. Espantados, pensamos en lo imposible de lo abundante. La cantidad insuficiente de ambulancias que con escasa suerte llegarán al final de una cena, al comienzo de un monosílabo que duele y se quiebra. Pensamos en la gracia atroz que posee el hecho de pertenecer a las filtraciones de la ciudad, de participar en sus inflexiones de borrador, de ser un sinónimo aburrido entre sus trópicos. Es así como se empieza a caminar. Es así como comenzamos a entender las filtraciones.
Conciliar la prevención y el ruego entre la resaca de una noche de diversos alcoholes. Remontar el día y crisparse de velas sucias junto a la tabaquera costumbre de fumarse con pasión de bestias, hasta que la ciudad nos separe y nos salve de comer, dormir, amar, charlar o desteñirse negociando la acumulación de comentarios y deseos parecidos al hecho de brindar por todas las historias comunes de este mundo.

Conrado Yasenza.