10 junio 2007



Los falsarios y la risa

De qué nos reímos cuando en el país imperan el frío, el hambre y la desinformación bien pagada (he escuchado a un ex-secretario de Energía - entre otros pelafustanes-, decir por ahí que como el pueblo es solidario, si hay que ahorrar gas, el pueblo se acostará vestido.) De qué se ríen nuestros funcionarios y dirigentes sindicales y empresariales, cuando lo que abunda es el dolor y la angustia acumulados. De qué ríen los ministros mediáticos (más allá de adustos gestos de comisario de provincia) cuando ni siquiera está clara la injusta relación Estado-Mercado.
Bueno, bueno. No nos pongamos tan formales e intentemos acercarnos a un tema que parece no gozar de la seriedad que este tiempo de carencias impone. Hablemos, entonces, de LA RISA.
Puede uno comprender un fenómeno como el de la risa, puede reconocérsela en su manifestación acústica, digamos sonora, ante algún hecho o situación que nos genera cierta sensación de alegría, comicidad y, por qué no, frente a cualquier acontecimiento no del todo feliz. Pero, más allá de intentar el abordaje comprensivo del fenómeno, la risa cumple una función, tiene un sentido y como tal excluye otras posibilidades de uso o expresión, lo cual favorece la idea de que uno ríe bien y mejor. La función a la que me refiero es la de producir la chispa lúcida que nos moviliza y activa ante, por ejemplo, un temor incontenible y paralizante; temor que se manifiesta hoy bajo la forma del desencanto productor de un frío homogéneo. Ése es su espíritu de época. Y, para aprovechar ciertas condiciones climáticas o térmicas facciosamente elaboradas, los generadores fácticos de tal estado de ánimo, junto a sus obsecuentes divulgadores, trabajan día a día, grado a grado, para filtrarse de modo amistoso entre nosotros, con la sola intención de bloquear el sentido real de la risa. Tergiversar su función es la meta, y por añadidura, ensombrecer la percepción de los hechos; opacar la realidad. ¿Cómo lo hacen?. Bueno, podríamos decir que utilizan un método cuyo eje es la multiplicación de la risa hasta transformarla en un eco aturdidor y constante. Esta operación, con su correlato reverberante, deviene del uso discrecional de tan digna manifestación del espíritu humano. Así, el acto de reír se convierte en un vehículo de la obviedad y, como consecuencia, su función se anula, es decir, uno queda risueñamente paralizado. ¡Vaya alegría la de sonreírse todo el tiempo y por cualquier cosa!. El riesgo es claro: se puede caer en la más profunda de las tristezas, en el más hondo compromiso con el festejo de las hienas.Vale decir que los efectos del uso indiscriminado de la risa son ilustrables a través de la figura del hiperquinético idiotizado, ser éste de doble faz, de doble rostro. Por un lado el hiperquinético nos ofrece su perfil más carismático. Por el otro, busca con firmeza captar nuestra complicidad en su cruzada contra la risa.Pero volvamos a la acción de reírse para intentar definir su origen con mayor precisión. La risa se diferencia del llanto por oposición y negación, y así, por lo general, se define. Pero cuando todo es risa, incluido el llanto, como lo pretende el hiperquinético idiotizado, la risa se auto-anula, se transforma en el modelo de felicidad del buen príncipe. Y hacia allí vamos, señores, porque todo va mejor si uno es acompañado por taimadas caravanas y trenes de felicidades y risas estudiadas hasta el más ínfimo tic o guiño. Todo va mejor si los sondeos y el marketing indican altos porcentajes avalados por la risa cortesana. Es aquí donde arribamos a una etapa fundamental, en la que actúan con esmero y fervor beligerantes, los productores y divulgadores del actual frío homogéneo (nuevas normas para viejos premios y castigos). Entonces todo se publicita porque todo es cartel, incluso la risa. Es así como vamos construyéndonos un modo de comportamiento publicitario. Y este es el momento crucial: la risa se ha vuelto un slogan. Han fotografiado un país de maravillas y nos lo venden cotidianamente (el infierno está encantador). No importa que más allá de esta ensoñación visual exista un país maravillosamente poblado de villas en emergencia eterna; un país olvidado y saqueado; un país al que le robaron la risa y le pusieron una sonrisa de cotillón, y encima ajena. No, nada de esto importa. Lo que sí es de relevancia para esta época de relajo óptico es sonreír, aunque por lo bajo se oigan sones de carcajadas ahogadas.Pero no vaya usted a confundirse, amigo mío. No vaya a utilizar la risa para descubrir cómo nos es negada entre sombras y prescripciones mediáticas. No vaya usted a cometer el bestial pecado de saber que la risa es una loca endemoniada que nos recuerda el por qué de reírse; que nos susurra al oído, con una delicia filosa, que esta manga de atorrantes disfrazados de estadistas, palafitos verdes u oligarcones de feria, están así de perversos porque hace rato que no pueden reírse de nada.No lo olvide, amigo mío. Que Frankestein está vivo y anda de paseo por Argentina.

Por Conrado Yasenza.


Esos malditos perros callejeros

En una película que ví hace poco y por casualidad, Milagros Inesperados, Tom Hanks se pone en la piel de un jefe de policía encargado del pabellón de una cárcel del condado de Could Montain, al cual se destinan aquellos reos que serán ejecutados en la silla eléctrica. Bien, el caso es que un buen día un gigante negro es derivado allí por un supuesto crimen; digamos que, de entrada, al jefe le cae bien, y para qué hablar cuando milagrosamente el negro le cura una tortuosa infección urinaria. Entonces El Jefe decide averiguar qué es lo que pasó con la investigación del caso del señor Cofy (el negro), y da con el abogado que lo defendió. Intenta sonsacar si el letrado cree o no en la culpabilidad del señor Cofy, y es entonces cuando el mismo se despacha con la siguiente parábola: los negros son en cierta forma como los perros comunes, uno no sabe bien para qué sirven pero se acostumbra a su presencia y los quiere; y les da de comer hasta que no se sabe bien por qué, el perro enfurece y muerde, ataca, mutilando la serena integridad de nuestra familia. Es ahí cuando no cabe preguntarse el por qué de su furia, de su ataque artero e inesperado. Sólo resta tomar la escopeta y volarle la cabeza.
Bien, ustedes se preguntarán a qué viene esta mala sinopsis de un episodio de la película. Bueno, es que me preguntaba en estos días si la intensa campaña de criminilización de la pobreza, encabezada por los grandes medios de comunicación y sus periodistas, y pergeñada por empresarios, empresarios devenidos políticos, políticos camaleónicos, banqueros y toda esa inquietante masa que conforma lo que Foucault denominó la microfísica del poder, digo si esta criminilización del pobre no está dirigida a exacerbar los ánimos siempre bien dispuestos de nuestra bendita clase media, para que de esta manera sea ella la que se convierta en vocera oficial del discurso del poder y pida lo que aquellos que mutan y transmigran de posición, como el poder mismo, pretenden convertir en un acto contundente y demoledor. Esto es: de una buena vez, y para siempre, alguien reprima a esa gran franja de nuestra población que ha sido condenada a la pobreza eterna. Que alguien ordene – cumpliendo el mandato de la gente con sentido común, de la buena gente – moler a palos o matar a tiros a aquellos elementos antisociales que piden poder vivir y no morirse de hambre e infortunio en esta inmensa orfandad.
Si, si, ya sé..., luego nos arrepentiremos por los muertos, y se dirá que no queríamos que los matasen; que sólo queríamos orden, sólo buscábamos disuadirlos para que se retiren hacia sus villas bonaerenses o capitalinas, pero no que los matasen, Dios lo permita!!!. Y también sé que cuando pase el tiempo y el olvido vuelva a matar a los muertos, cuando nos corten las calles y no podamos llegar a nuestros precarios trabajos – porque los nuestros son precarios, no como los de los propaladores discursivos del poder, y menos aún el ¿trabajo? de aquellos que se aferran a la ineludible sed de sangre del mismo – decía, que cuando lleguemos a nuestros precarios trabajos, pediremos la cabeza de esos vagos e inmundos piqueteros, o lo que sean; ya no importa. Porque en definitiva, los pobres son esos perros negros que aprendemos a soportar dándoles alguna migaja de lo que no comemos, cediéndoles algún viejo atuendo que ya no vestimos, hasta que esos mismos pobres enloquecen y salen a la calle, y se juntan tratando de darse una identidad que han perdido, y cortan las calles tratando de volver a ser sujetos, a ser seres humanos visibles y no los desaparecidos de la democracia. En fin, pediremos que alguien empuñe la escopeta por nosotros y le vuele la cabeza a esos negros perros callejeros que han mordido la generosa mano de las dádivas – o ni siquiera eso.
Posdata para necios: luego, podremos seguir discutiendo sobre las innumerables infiltraciones en los movimientos sociales; podremos discutir, en estériles debates televisivos, radiales o gráficos, acerca de quién de los representantes del movimiento piquetero nos cae mejor – y le cae mejor al gobierno; o si ninguno nos viene en gracia. Se seguirá ejerciendo el periodismo de oreja urgida por la última noticia (no por la información); asistiremos al discurso de la zona liberada como si ésta no implicase todo el territorio nacional, además de una práctica política e institucional habitual. Seguiremos discutiendo el rol del Estado, que delega sus funciones en las tan mentadas ONG. Seguiremos caminando como zombis que no terminan de aceptar que habitan un país sitiado por el hambre, la miseria y la eterna presencia de la muerte.
Por Conrado Yasenza