29 agosto 2010

Cavidades .Cuento

CAVIDADES


Carlos había salido a caminar un rato para despejarse de la visita ociosa de sus fantasmas. Era tarde y la noche se ofrecía como un cofre cálido, listo para ser abierto. Sentía el cansancio del día trabajado, pero la idea de una vuelta por ahí no era mala. De las cinco o seis fumigaciones hechas - no recordaba bien el número, y hacer una balance en medio de la caminata no le resultaba placentero - sólo pudo cobrar una, la del bolichito de minutas “El Gallego”, a no muchas cuadras de su casa. Poca guita.
Paró en un kiosco y compró un atado de Marlboro. Quitó la cintita dorada que libera al paquete del plástico brilloso y rompió el papel metálico por un extremo. Cuatro circulitos planos muy blancos, asomaron a la vista de Carlos. Tiró de uno de ellos hasta sacar el cigarrillo por completo. Lo prendió con ganas, le dio una bocanada bien fuerte y aspiró profundo. La ansiedad aflojó. Caminó tres calles hacia arriba por Avenida La Plata, y entró a un bar que frecuentaba en noches de fantasmas y cielos parecidos a la oscuridad misma.
Se acercó a la barra y le pidió al barman un Criadores; basura, pero la economía de sus bolsillos no daba para más. Buscaba compañía. Una mujer, a pesar de la fatiga, era lo que necesitaba; y el kerosene que acababa de tomar aumentó su deseo de ampliar el programa, echándose un buen polvo, si fuera posible. Su mirada recorrió todo el bar. No había mucha gente pero en una mesa, hacia el fondo y cerca de los baños, la vió, sola. Volvió a pedir un whisky - ese asqueroso líquido bilioso parecido al whisky - y se dirigió hacia la mesa en la cual ella se encontraba tomando una cerveza. Su aspecto era bastante común: una linda flaquita de unos veintidós años, de pelo castaño, con ropa más o menos a la moda y aire desinteresado. Parecía una de esas chicas de clase media venidas a rebelde.
Parado frente a ella le dijo - Hola, soy Carlos, ¿puedo sentarme?. Ella, apenas levantando levemente su cabeza, contestó - Y qué, Carlos es tan anónimo como llamarse Raúl. Si querés, sentate.
Carlos tomó por el respaldo la silla de madera, la acomodó de perfil y se sentó. Ella seguía sumergida en su vaso de cerveza, sin mirarlo.
- ¿Qué hacés ? - le preguntó.
Ella, aún sin mirarlo, le contestó - Soy prostituta - y se ríó de costado.
- ¿Así que sos prostituta?, bueno, entonces bárbaro, porque estoy con unas ganas terribles de echarme un fierrazo.- le dijo Carlos sin mediastintas.
Ella se mantuvo indiferente, sin erguir la cabeza, como si estuviera pensando qué contestar. Luego de tomar un trago de cerveza lo miró fijo a los ojos, y levantándose muy despacio de su silla susurró - Sos un pelotudo.
Él, todavía sentado de perfil y viendo que ella se disponía a irse, hizo un comentario como al paso - Sí, soy un pelotudo, pero quedate a tomar algo. Esta noche me siento algo perseguido y no quiero estar solo. Yo te invito, dale?
Ella se sintió por un momento desorientada. No sabía qué hacer ni qué decir. Había estado muy tranquila, tomándose su cerveza, cuando el tipo irrumpió, haciéndose el canchero como en una de esas películas yanquis donde el protagonista, por lo general desprolijo y con cara de raro, se levanta a alguna de esas chicas en busca de aventuras.
- Mirá,... le dijo ella - yo también tengo mis noches de rollos. Ahora, si lo que vos buscás es coger te equivocaste mal; a mí me cabe hasta ahí, O.K?


Carlos le volvió a pedir que se sentara y pidiese algo de beber. - En realidad - dijo - sí, tengo ganas de coger. Pero pará de insultarme y sentate, que también quiero charlar. No es volazo lo de que ando medio perseguido; se llama estar solo y es muy común, además de aburrido. Después te invito a mi casa.

Carlos mentía y también sabía que lo hacía mal. Sentirse solo era habitual en él; y el hecho de buscar a alguien para pasar la noche era igual de común.
Ella, apoyando sus brazos en el borde de la mesa y bastante irritada por lo vulgar de la situación, le dijo alzando el tono de su voz pero sin gritar - ¿Quién te creés que sos, loco?. Te sentás acá y me hablas de coger y me invitas a tomar algo juntos. Vos está rechiflado.
Carlos respondió - Algo chiflado estoy, pero no soy peligroso. Ya te lo dije, hombre solo y a la vista. Dale, esto no da. ¿Venís a mi casa?.
Ella lo miró por última vez, como empezando a disfrutar del inicio de algo parecido a un juego, y contesto - Bueno, vamos
Salieron juntos del bar y fueron para la casa de Carlos, caminando. No se hablaron ni se miraron hasta llegar a la puerta del edificio donde Carlos vivía.
- ¿Entramos? - le dijo él.
- Bueno, entremos.
Tomaron el ascensor y bajaron en el piso ocho. Recorrieron un largo pasillo recto, con ventanales que daban a un patio interno, y luego giraron hacia la derecha hasta llegar a la puerta en la que se observaba, atornillada al enchapado de madera, la letra D. Carlos abrió la puerta de su departamento. Estaba algo desordenado y con los platos sucios del día anterior. Ella miró de refilón. No dijo nada y entró. Se acomodaron en una mesita cuadrada que se hallaba en el ambiente principal. Sobre ella un cenicero. Carlos ofreció algo de tomar y ella dijo que quería un té. Carlos fue a la cocina, lleno de agua una vieja pava, similar a las que se usan en los campamentos, encendió la hornalla y tomó dos tazas y dos saquitos de té. Los llevó a la mesa y esperó a que el agua hirviese. Mientras tanto, ella observaba todo: la ausencia de sillones, la escasez de artefactos. Sólo pudo reconocer un contestador, un viejo televisor con una video arriba y algo parecido a un centro musical. Carlos volvió con la pava y preparó los dos té.
Ella pregunto - ¿De qué trabajás?.
Carlos contestó - Soy fumigador. Digamos que hago limpiezas, o si querés, ayudo a mantener el ecosistema. Es decir, algo parecido a un ecologista.
Ella se rió, con ganas, como entrando en confianza. Estaba en un departamento extraño pero no tenía miedo. La situación no le resultaba ya tan absurda. Comenzó a sentirse dueña de lo que ocurría . Pensó que, tal vez, desde el principio dominó la situación. Carlos le parecía un tipo algo raro pero no peligroso. Mas bien, alguien solo, muy solo, como él mismo se había definido. Y esto le otorgaba cierto aire de supeioridad sobre él. Terminó de un sorbo el té y se estiró en la silla. Carlos la miraba. Sus ojos revelaban que ya el tiempo y las ganas pedían irse hacia la habitación contigua, hacia ese pequeño cuarto que era su dormitorio, el dormitorio de Carlos. Ella, entonces, comentó sin pasión alguna... -Te dije que lo de coger me iba hasta ahí. Y hoy, me va menos. Ok?
Carlos la miró con ojos de revancha y contestó: - Está bien, si no te va, podés ir yéndote.
- Estás loco!, es muy tarde. Mejor me quedo y mañana me voy.
Ahora, Carlos sí parecía haber perdido el control. No supo qué contestar. Lo único que sintió conservar fue ese espíritu de revancha, esa espera del que no esperaba nada y algo encontró.
- Mirá, yo duermo en el dormitorio y vos acá en el living, en un colchón- propuso ella, con firmeza, ya con total certeza de dominar lo que estaba pasando.
Carlos se irritó...- Vos sí que estás loca, ni te conozco, no se ni siquiera tu nombre y te voy a dejar dormir en mi cama. Mirá si mañana me levanto y me afanaste todo.
Ella también comenzó a irritarse y repuso... -Vos pensás que yo te puedo afanar?. Si no tenés nada!
- No sé, loca, pero esta es mi casa y si te querés quedar, dormís conmigo en la cama. Se acabó.
Ella sintió que el juego se había vuelto interesante, a pesar de lo histérico y patético del momento.
- Mirá, me voy a quedar y voy a dormir en tu cama. Por lo del nombre no te preocupés, me llamo María. ¿Más datos?... bueno, estudio Antropología en la Universidad de Buenos Aires. ¡Ahh!... y además tengo una manía o fobia o no sé bien qué; no soporto a nadie al que le falte algún diente. Es algo que me dá asco, rechazo.
Carlos se sintió herido, burlado por María, la situación y porque, para colmo, a él le faltaban algunas muelas de atrás.
Se fueron a acostar y ella no cedió, ante la insistencia de Carlos, al fierrazo con el que él se presentó en el bar. María se durmió y Carlos, con bronca pero ya sin entusiasmo - la había mirado bien y la verdad era que no lo calentaba un carajo - se incorporó, sentándose en el respaldo de la cama. No podía dormir y de a poco lo fue ganando, nuevamente, la idea de que María lo pudiese robar.
Se dió máquina toda la noche, se paranoiqueó y no pudo cerrar un ojo.
Ya de mañana, Carlos se levantó y fue al baño. Meó. Volvió a la pieza y se detuvo en la respiración profunda de María. Su sueño era pesado, sereno. Quiso despertarla y ella murmuró que estaba muy cansada, que quería dormír. El insistió y ella, algo más despabilada, le dijo que se fuera, y que cuando se levantara, se vestiría para marcharse y olvidar así todo el malentendido surgido la noche anterior. Carlos mantenía intacto, junto al cansancio, aquel aire de desquite; aquel cuidado deseo de revancha.
Comenzó a acariciar la entrepierna de María, suave, muy suave. Ella empezó a moverse, a relajar sus músculos, a respirar ya no tan pesadamente. Su cuerpo insinuaba una agitación creciente. Carlos seguía jugando por la entrepierna de María, paciente, seguro. Ella empezó a contorsionarse; arrugaba y desenvolvía su cuerpo, cada vez más agitada su respiración. Carlos introdujo su dedo mayor. María gimió un por favor. Carlos la penetró con el pene bien erecto, colmado de vulgaridad y autonomía. Ella era ya una exitación rabiosa. El la acompañaba, sólo eso, la acompañaba, sin pasión. Ella sudaba y gemía entre sollozos.
María comenzó a estremecerse, a golpear la cama y a él también. Sus labios y su rostro languidecían. Carlos, acompañaba, sólo eso, acompañaba. María gimió el preanuncio del final, produjo un alarido ahogado y gimió más fuerte todavía, y grito hasta el paroxismo. Carlos, entonces, dejó que su pene estallara, y mientras descubría el rostro de su bronca, las facciones sanguíneas de la revancha, arrimó con sutileza su cara a la de María, abrío lo más grande que pudo la boca y, junto a un aullido de celebración consumada, dejó que ella viera las oscuras cavidades que en otra época habían sido habitadas por sus muelas de atrás.

Conrado Yasenza