Los falsarios y la risa
De qué nos reímos cuando en el país imperan el frío, el hambre y la desinformación bien pagada (he escuchado a un ex-secretario de Energía - entre otros pelafustanes-, decir por ahí que como el pueblo es solidario, si hay que ahorrar gas, el pueblo se acostará vestido.) De qué se ríen nuestros funcionarios y dirigentes sindicales y empresariales, cuando lo que abunda es el dolor y la angustia acumulados. De qué ríen los ministros mediáticos (más allá de adustos gestos de comisario de provincia) cuando ni siquiera está clara la injusta relación Estado-Mercado.
Bueno, bueno. No nos pongamos tan formales e intentemos acercarnos a un tema que parece no gozar de la seriedad que este tiempo de carencias impone. Hablemos, entonces, de LA RISA.
Puede uno comprender un fenómeno como el de la risa, puede reconocérsela en su manifestación acústica, digamos sonora, ante algún hecho o situación que nos genera cierta sensación de alegría, comicidad y, por qué no, frente a cualquier acontecimiento no del todo feliz. Pero, más allá de intentar el abordaje comprensivo del fenómeno, la risa cumple una función, tiene un sentido y como tal excluye otras posibilidades de uso o expresión, lo cual favorece la idea de que uno ríe bien y mejor. La función a la que me refiero es la de producir la chispa lúcida que nos moviliza y activa ante, por ejemplo, un temor incontenible y paralizante; temor que se manifiesta hoy bajo la forma del desencanto productor de un frío homogéneo. Ése es su espíritu de época. Y, para aprovechar ciertas condiciones climáticas o térmicas facciosamente elaboradas, los generadores fácticos de tal estado de ánimo, junto a sus obsecuentes divulgadores, trabajan día a día, grado a grado, para filtrarse de modo amistoso entre nosotros, con la sola intención de bloquear el sentido real de la risa. Tergiversar su función es la meta, y por añadidura, ensombrecer la percepción de los hechos; opacar la realidad. ¿Cómo lo hacen?. Bueno, podríamos decir que utilizan un método cuyo eje es la multiplicación de la risa hasta transformarla en un eco aturdidor y constante. Esta operación, con su correlato reverberante, deviene del uso discrecional de tan digna manifestación del espíritu humano. Así, el acto de reír se convierte en un vehículo de la obviedad y, como consecuencia, su función se anula, es decir, uno queda risueñamente paralizado. ¡Vaya alegría la de sonreírse todo el tiempo y por cualquier cosa!. El riesgo es claro: se puede caer en la más profunda de las tristezas, en el más hondo compromiso con el festejo de las hienas.Vale decir que los efectos del uso indiscriminado de la risa son ilustrables a través de la figura del hiperquinético idiotizado, ser éste de doble faz, de doble rostro. Por un lado el hiperquinético nos ofrece su perfil más carismático. Por el otro, busca con firmeza captar nuestra complicidad en su cruzada contra la risa.Pero volvamos a la acción de reírse para intentar definir su origen con mayor precisión. La risa se diferencia del llanto por oposición y negación, y así, por lo general, se define. Pero cuando todo es risa, incluido el llanto, como lo pretende el hiperquinético idiotizado, la risa se auto-anula, se transforma en el modelo de felicidad del buen príncipe. Y hacia allí vamos, señores, porque todo va mejor si uno es acompañado por taimadas caravanas y trenes de felicidades y risas estudiadas hasta el más ínfimo tic o guiño. Todo va mejor si los sondeos y el marketing indican altos porcentajes avalados por la risa cortesana. Es aquí donde arribamos a una etapa fundamental, en la que actúan con esmero y fervor beligerantes, los productores y divulgadores del actual frío homogéneo (nuevas normas para viejos premios y castigos). Entonces todo se publicita porque todo es cartel, incluso la risa. Es así como vamos construyéndonos un modo de comportamiento publicitario. Y este es el momento crucial: la risa se ha vuelto un slogan. Han fotografiado un país de maravillas y nos lo venden cotidianamente (el infierno está encantador). No importa que más allá de esta ensoñación visual exista un país maravillosamente poblado de villas en emergencia eterna; un país olvidado y saqueado; un país al que le robaron la risa y le pusieron una sonrisa de cotillón, y encima ajena. No, nada de esto importa. Lo que sí es de relevancia para esta época de relajo óptico es sonreír, aunque por lo bajo se oigan sones de carcajadas ahogadas.Pero no vaya usted a confundirse, amigo mío. No vaya a utilizar la risa para descubrir cómo nos es negada entre sombras y prescripciones mediáticas. No vaya usted a cometer el bestial pecado de saber que la risa es una loca endemoniada que nos recuerda el por qué de reírse; que nos susurra al oído, con una delicia filosa, que esta manga de atorrantes disfrazados de estadistas, palafitos verdes u oligarcones de feria, están así de perversos porque hace rato que no pueden reírse de nada.No lo olvide, amigo mío. Que Frankestein está vivo y anda de paseo por Argentina.
Bueno, bueno. No nos pongamos tan formales e intentemos acercarnos a un tema que parece no gozar de la seriedad que este tiempo de carencias impone. Hablemos, entonces, de LA RISA.
Puede uno comprender un fenómeno como el de la risa, puede reconocérsela en su manifestación acústica, digamos sonora, ante algún hecho o situación que nos genera cierta sensación de alegría, comicidad y, por qué no, frente a cualquier acontecimiento no del todo feliz. Pero, más allá de intentar el abordaje comprensivo del fenómeno, la risa cumple una función, tiene un sentido y como tal excluye otras posibilidades de uso o expresión, lo cual favorece la idea de que uno ríe bien y mejor. La función a la que me refiero es la de producir la chispa lúcida que nos moviliza y activa ante, por ejemplo, un temor incontenible y paralizante; temor que se manifiesta hoy bajo la forma del desencanto productor de un frío homogéneo. Ése es su espíritu de época. Y, para aprovechar ciertas condiciones climáticas o térmicas facciosamente elaboradas, los generadores fácticos de tal estado de ánimo, junto a sus obsecuentes divulgadores, trabajan día a día, grado a grado, para filtrarse de modo amistoso entre nosotros, con la sola intención de bloquear el sentido real de la risa. Tergiversar su función es la meta, y por añadidura, ensombrecer la percepción de los hechos; opacar la realidad. ¿Cómo lo hacen?. Bueno, podríamos decir que utilizan un método cuyo eje es la multiplicación de la risa hasta transformarla en un eco aturdidor y constante. Esta operación, con su correlato reverberante, deviene del uso discrecional de tan digna manifestación del espíritu humano. Así, el acto de reír se convierte en un vehículo de la obviedad y, como consecuencia, su función se anula, es decir, uno queda risueñamente paralizado. ¡Vaya alegría la de sonreírse todo el tiempo y por cualquier cosa!. El riesgo es claro: se puede caer en la más profunda de las tristezas, en el más hondo compromiso con el festejo de las hienas.Vale decir que los efectos del uso indiscriminado de la risa son ilustrables a través de la figura del hiperquinético idiotizado, ser éste de doble faz, de doble rostro. Por un lado el hiperquinético nos ofrece su perfil más carismático. Por el otro, busca con firmeza captar nuestra complicidad en su cruzada contra la risa.Pero volvamos a la acción de reírse para intentar definir su origen con mayor precisión. La risa se diferencia del llanto por oposición y negación, y así, por lo general, se define. Pero cuando todo es risa, incluido el llanto, como lo pretende el hiperquinético idiotizado, la risa se auto-anula, se transforma en el modelo de felicidad del buen príncipe. Y hacia allí vamos, señores, porque todo va mejor si uno es acompañado por taimadas caravanas y trenes de felicidades y risas estudiadas hasta el más ínfimo tic o guiño. Todo va mejor si los sondeos y el marketing indican altos porcentajes avalados por la risa cortesana. Es aquí donde arribamos a una etapa fundamental, en la que actúan con esmero y fervor beligerantes, los productores y divulgadores del actual frío homogéneo (nuevas normas para viejos premios y castigos). Entonces todo se publicita porque todo es cartel, incluso la risa. Es así como vamos construyéndonos un modo de comportamiento publicitario. Y este es el momento crucial: la risa se ha vuelto un slogan. Han fotografiado un país de maravillas y nos lo venden cotidianamente (el infierno está encantador). No importa que más allá de esta ensoñación visual exista un país maravillosamente poblado de villas en emergencia eterna; un país olvidado y saqueado; un país al que le robaron la risa y le pusieron una sonrisa de cotillón, y encima ajena. No, nada de esto importa. Lo que sí es de relevancia para esta época de relajo óptico es sonreír, aunque por lo bajo se oigan sones de carcajadas ahogadas.Pero no vaya usted a confundirse, amigo mío. No vaya a utilizar la risa para descubrir cómo nos es negada entre sombras y prescripciones mediáticas. No vaya usted a cometer el bestial pecado de saber que la risa es una loca endemoniada que nos recuerda el por qué de reírse; que nos susurra al oído, con una delicia filosa, que esta manga de atorrantes disfrazados de estadistas, palafitos verdes u oligarcones de feria, están así de perversos porque hace rato que no pueden reírse de nada.No lo olvide, amigo mío. Que Frankestein está vivo y anda de paseo por Argentina.
Por Conrado Yasenza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario