10 junio 2007



Esos malditos perros callejeros

En una película que ví hace poco y por casualidad, Milagros Inesperados, Tom Hanks se pone en la piel de un jefe de policía encargado del pabellón de una cárcel del condado de Could Montain, al cual se destinan aquellos reos que serán ejecutados en la silla eléctrica. Bien, el caso es que un buen día un gigante negro es derivado allí por un supuesto crimen; digamos que, de entrada, al jefe le cae bien, y para qué hablar cuando milagrosamente el negro le cura una tortuosa infección urinaria. Entonces El Jefe decide averiguar qué es lo que pasó con la investigación del caso del señor Cofy (el negro), y da con el abogado que lo defendió. Intenta sonsacar si el letrado cree o no en la culpabilidad del señor Cofy, y es entonces cuando el mismo se despacha con la siguiente parábola: los negros son en cierta forma como los perros comunes, uno no sabe bien para qué sirven pero se acostumbra a su presencia y los quiere; y les da de comer hasta que no se sabe bien por qué, el perro enfurece y muerde, ataca, mutilando la serena integridad de nuestra familia. Es ahí cuando no cabe preguntarse el por qué de su furia, de su ataque artero e inesperado. Sólo resta tomar la escopeta y volarle la cabeza.
Bien, ustedes se preguntarán a qué viene esta mala sinopsis de un episodio de la película. Bueno, es que me preguntaba en estos días si la intensa campaña de criminilización de la pobreza, encabezada por los grandes medios de comunicación y sus periodistas, y pergeñada por empresarios, empresarios devenidos políticos, políticos camaleónicos, banqueros y toda esa inquietante masa que conforma lo que Foucault denominó la microfísica del poder, digo si esta criminilización del pobre no está dirigida a exacerbar los ánimos siempre bien dispuestos de nuestra bendita clase media, para que de esta manera sea ella la que se convierta en vocera oficial del discurso del poder y pida lo que aquellos que mutan y transmigran de posición, como el poder mismo, pretenden convertir en un acto contundente y demoledor. Esto es: de una buena vez, y para siempre, alguien reprima a esa gran franja de nuestra población que ha sido condenada a la pobreza eterna. Que alguien ordene – cumpliendo el mandato de la gente con sentido común, de la buena gente – moler a palos o matar a tiros a aquellos elementos antisociales que piden poder vivir y no morirse de hambre e infortunio en esta inmensa orfandad.
Si, si, ya sé..., luego nos arrepentiremos por los muertos, y se dirá que no queríamos que los matasen; que sólo queríamos orden, sólo buscábamos disuadirlos para que se retiren hacia sus villas bonaerenses o capitalinas, pero no que los matasen, Dios lo permita!!!. Y también sé que cuando pase el tiempo y el olvido vuelva a matar a los muertos, cuando nos corten las calles y no podamos llegar a nuestros precarios trabajos – porque los nuestros son precarios, no como los de los propaladores discursivos del poder, y menos aún el ¿trabajo? de aquellos que se aferran a la ineludible sed de sangre del mismo – decía, que cuando lleguemos a nuestros precarios trabajos, pediremos la cabeza de esos vagos e inmundos piqueteros, o lo que sean; ya no importa. Porque en definitiva, los pobres son esos perros negros que aprendemos a soportar dándoles alguna migaja de lo que no comemos, cediéndoles algún viejo atuendo que ya no vestimos, hasta que esos mismos pobres enloquecen y salen a la calle, y se juntan tratando de darse una identidad que han perdido, y cortan las calles tratando de volver a ser sujetos, a ser seres humanos visibles y no los desaparecidos de la democracia. En fin, pediremos que alguien empuñe la escopeta por nosotros y le vuele la cabeza a esos negros perros callejeros que han mordido la generosa mano de las dádivas – o ni siquiera eso.
Posdata para necios: luego, podremos seguir discutiendo sobre las innumerables infiltraciones en los movimientos sociales; podremos discutir, en estériles debates televisivos, radiales o gráficos, acerca de quién de los representantes del movimiento piquetero nos cae mejor – y le cae mejor al gobierno; o si ninguno nos viene en gracia. Se seguirá ejerciendo el periodismo de oreja urgida por la última noticia (no por la información); asistiremos al discurso de la zona liberada como si ésta no implicase todo el territorio nacional, además de una práctica política e institucional habitual. Seguiremos discutiendo el rol del Estado, que delega sus funciones en las tan mentadas ONG. Seguiremos caminando como zombis que no terminan de aceptar que habitan un país sitiado por el hambre, la miseria y la eterna presencia de la muerte.
Por Conrado Yasenza

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