31 mayo 2006
Dos cuentos breves de Juan José Hernández
Estos dos cuentos breves de Juan José Hernández no fueron recogidos en libros. Escritos en su ciudad natal, Tucumán, a comienzos de la década del cincuenta, en ambos están latentes algunos temas fundamentales de su posterior obra narrativa: el mundo de la infancia, en el primero de ellos; en el otro, la recreación, con humor punzante, de un aspecto de la vida social provinciana.: el alacraneo.
CIGARRILLO A ESCONDIDAS
Quizá llegó con el último bostezo de la siesta, o con el perfume de los naranjos florecidos en la vereda, pero allà estaba el Enano fumando en su pipa de barro cocido. SonreÃa y echaba ligeras espirales de humo por sus orejas puntiagudas.
El chico se habÃa sentado en la mecedora del patio para ordenar su colección de figuritas Maravillas del Mundo.
Siesta: prohibido hacer ruidos: los mayores duermen.
DebÃa pues resignarse a juegos silenciosos, como clasificar figuritas, o insectos disecados, llaves antiguas, anillos y amuletos de hueso, o mirar con una lupa el mapa secreto que lo conducirÃa al cementerio de lo elefantes.
El Enano no se parecÃa a los del libro de lecturas. Mas bien tenÃa la cara de su amigo Pablo, que vivÃa enfrente de su casa y lo acompañaba, a menudo, en sus excursiones a una acequia que corrÃa detrás de un terraplén del ferrocarril. AllÃ, en una piragua, ambos habÃan remontado hacÃa poco un afluente del Amazonas, repleto de caimanes.
El chico vio al Enano que fumaba, y se asustó. Dijo en voz baja, como si rezara: Los enanos viven en el bosque. Hacen sus casas bajo la sombrilla de los grandes hongos. A veces recorren los senderos del bosque montados en ratas amaestradas. Roban carreteles vacÃos y lápices de colores. Cuando cumplà cuatro años, comieron el soldado de chocolate que mi tÃa me habÃa traÃdo de regalo. Los enanos no tienen madre. Aparecen después de una tormenta de verano; duermen de dÃa y por la noche, si hay luna llena, bailan tomados de las manos.¿Por qué el enano fuma sin parar?. El tabaco hace mal, mucho mal. Esta mañana casi vomité cuando Pablo me convidó una pitada. Estábamos solos. HabÃa un paquete de cigarrillos sobre la mesa de luz del dormitorio. Pablo, puede venir alguien y sorprendernos. Se burló porque yo tenÃa miedo. Los chicos que fuman no crecen. Asà dicen. No crecen más. Qué importa, trabajaremos en un parque de diversiones o en un circo. El Enano que fuma por la siesta, como nosotros, Pablo.
Estaba a punto de llorar, pero despertó cuando la gata saltó sobre la mesa y desparramó las figuritas en el piso de baldosas. El Enano despareció.
Por un momento, en el aire calcinado de la siesta, quedó flotando un ancho anillo mágico de humo.
BALCON A LA CALLE
-Decime, ¿no es aquélla la menor de las Aparicio?
-No, mamá: es la del medio. La menor se casó y vive en Buenos Aires.
-La casaron, querrás decir.
-Pero mamá…
-Es la verdad. La casaron de apuro. Y encima por la iglesia y vestida de blanco. Qué papelón. ¿Asà que la del medio?
-Creo que se llama Delia.
-Claro, como su madre, que de joven era una preciosura. Nada que ver con esa especie de lauchita…Allá va la profesora de piano. Francamente, hay que tener coraje. ¿Qué lleva en la capelina.? ¿Margaritas? Si la memoria no me falla, ha de andar por los cincuenta largos.
-No los aparenta.
-Por favor, A la legua se le nota el pelo teñido. Como te de decÃa, la madre, ¡qué mujer preciosa!. Una sirena. Mi primo Luisito le arrastraba el ala, pero al hablar con ella se desilusionó. Era tartamuda. ¡Qué ganas de comer un helado! Decile a la Rosa que baje a comprarme uno en la granja.
-Hoy es su dÃa franco, mamá.
-Me habÃa olvidado. Ahora ésas tienen unos humos…En mi época sólo salÃan para la novena. ¿Te he dicho que pienso echarla antes de fin de mes?
-Hacés mal. No te será fácil conseguir otra.
-No me importa. La Rosa es una derrochona. ¡Seis cucharadas de azúcar para endulzar un simple jarro de mate cocido...!. Mirá, mirá quien va por enfrente. ¿No te parece raro?
-No veo qué hay de raro. Es viernes, y Lolita tiene clase en la Alianza.
-Qué raro.
-¿Por qué raro?
-No te hagás la tonta. El sinvergüenza del marido la engaña con su propia sobrina, y ella tan oronda y sonriente.
-Quizá la pobre no sabe nada, mamá.
-¿Cómo que no sabe? ¿Y el anónimo?
Juan José Hernández
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