Por Conrado Yasenza*
Ya no voy a debatir ni polemizar
más sobre la preminencia en la organización y en la manifestación misma de los
cacerolazos del Jueves 13 de Septiembre (y del que se está gestando para los
próximos días) de lo que se ha denominado en muchos de los artículos que se han
escrito en estos días – incluyendo un par de mi autoría – clases medias
altas-medias. Sólo haré una última intervención. Un grave hecho ocurrió el
jueves pasado: Se quebraron algunos diques democráticos de igualación, de
ampliación, de concordancia. En la marcha de los “indignados” (Indignados! los
que manifestaron por consignas-frase que no voy a repetir, y no por la pobreza
del hambre, que es la pobreza de los niños nacidos bajo la sombra de la muerte,
criados en la humillación y el olvido de la segunda década infame, los noventa
menemistas) se expresó claramente, y quien quiera abrir los ojos y ver, verá,
que la idea de igualdad que se profesa es aquella que no afecte ni siquiera de
modo tibio, reformista, a ciertos privilegios de clase. Si, amigos, y no tanto,
aunque les suene extemporáneo, talibán o lo que deseen, intereses de clase. No
hay otra definición para lo que dijo esa “clase media” el jueves pasado y lo
que se apresta a decir. Allí hubo odio, en mayor o menor grado, hubo deseos de
muerte, ansias del crimen que se ha decidido aceptar, a pesar de todas las
condenas escritas y escuchadas. Y con el odio y el crimen no hay posibilidad de
concordancias, no hay consensos republicanistas que valgan. Y hay que decirlo
de una vez: Es inadmisible dale cierta legitimidad a aquello que está ligado al
odio y a las cercanías periféricas de la muerte y el crimen. Hemos atravesado
la más horrible de las dictaduras vividas en el país como para aceptar
“arreglos” con quienes han violado ese límite. El arreglo, la concordancia, la
amabilidad, la legitimación de esa violación destruye toda la lucha realizada
durante años por el respeto y la vigencia de los Derechos Humanos. No he
escuchado, en todos estos días, severas condenas a todo lo dicho y gritado en
esa marcha organizada desde los sectores sociales que se hayan huérfanos de
representación política. Tampoco lo he escuchado en la oposición política – y
esta denominación ya es un halago. Alejandro Kaufman lo expresó con claridad y
contundencia: “No hay absurdo mayor que la atribución de legitimidad a lo que
es inseparable del odio y el crimen. Es como si dijéramos del violador: su
demanda de goce es legítima y atendible si la separamos de la violación.” Y
esto constituye un error de magnitud: “No hay sectores sociales que quieran
volver atrás con eso, no tendría sentido alguno el “Nunca más”, que es
necesario porque existe – es plausible, objeto de deseo - el propósito de
volver atrás con todo” Y no puede haber condescendencia alguna con las
profundas manifestaciones de odio realizadas abiertamente el jueves pasado.
Tampoco puede haber condescendencia alguna con las complicidades timoratas que rondaron
esa marcha. Toda la labor, la lucha, el esfuerzo, las víctimas, los torturados
y asesinados en los campos de concentración clandestinos de la dictadura
cívico-militar, todo el trabajo laborioso realizado desde las organizaciones de
Derechos Humanos se esfuma rápidamente con la convalidación de legitimidad y la
condescendencia hacia esta violación.
No es torpeza, cerrazón o cierta
miopía política el enfrentar y reaccionar antagónicamente ante la acción de
potencia destituyente y odiante desplegada por esas clases medias altas y
medias en la marcha de las cacerolas, que no se detendrá. El kirchnerismo
desarrolló experiencias formidables de ampliación del registro de la frontera
política: El Bicentenario y Tecnópolis. A menos de un año de Gobierno de Cristina
Fernández la respuesta fue la invocación del odio y la muerte, la usurpación
del delicado y claro concepto de Dictadura – eso es una violación. ¿Justifican
tal violación el cepo al dólar, los serios problemas de transporte, las
dificultades económicas ocurridas en el peor trimestre de la economía argentina
en nueve años, y como consecuencia de la descomunal crisis del capitalismo
financiero internacional, la inseguridad (que nunca fue negada y que es un
fenómeno inherente a todas la grandes urbes, aquí, y en el mundo y desde hace
años), incluso la inflación – que no está espiralizada y tampoco es producto de
una economía planchada, sin producción ni consumo?
Nada lo justifica. No. Nada
justifica no sólo el haber estado en la marcha, sino el dónde se estuvo luego y
qué se dijo. Y vuelvo a Kaufman: “Es penoso que sectores progresistas pretendan
convencernos de que el goce del violador es legítimo en sí mismo, aparte de la
violación” Lo que dominó la escena de convencidos e indecisos levemente
ofuscados con el Gobierno, y por sobre el dólar y la inseguridad, fue la
demanda de No queremos que con nuestros impuestos y dineros se sostenga a vagos
que están acostumbrados a recibir todo gratis desde el clientelismo político. Y
esto, me pregunto, ¿no quedó claro, no se entiende?
Párrafo aparte merece el
contundente golpe simbólico y real asestado hacia los movimientos de Derechos
Humanos por el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, quien valoró de
modo positivo el cacerolazo.
La clase media argentina tiene
cien años de historia encima; posee mil cicatrices, heridas, desde Yrigoyen a
Perón. Se sintió amenazada con los “cabecitas negras” en 1945; vivó a la
“Revolución Libertadora” en 1955. Posteriormente, sus hijos le dieron carnadura
a los procesos de lucha revolucionaria armada, fueron revisionistas, plantearon
procesos de liberación nacional, de independencia económica; propusieron la
lucha contra el imperialismo y en alianza con las clases obreras. Luego, la
recuperación democrática con el alfonsinismo, el menemato, y el 2001, vertieron
sal sobre aquellas heridas constitutivas. Esto es lo que produjo esas huellas y
marcas de una compleja clase media.
Pero nada de ello, insisto,
justifica esa salida y reacción brutales del Jueves 13 de Septiembre último.
Que hoy la clase media se sienta irritada y salga soliviantada por reclamos que
pueden sonar justos, implica desconocer esa historia e implica, también, que
esa misma clase media, compleja y contradictoria, no ha entendido nada de todo
lo vivido. Sale furiosa por, como me dijo Nicolás Casullo en una oportunidad,
siente que le roban, la despojan, de lo que bajo el imperio del neoliberalismo
le dijeron que podía ahorrar, acumular, especular en plazos fijos. Y esta es
una salida enceguecida. Y desde esta salida no existen los matices, es blanco o
negro. Hay pactos con lo más siniestro de los medios de comunicación. Sigue
siendo en la profundidad de su centro, de su corazón, cavallista, defensora del
uno a uno; continúa ligada a esa ficción, a esa burbuja en la que vivió durante
once años; rechaza los planteos nacionales, anti-imperialistas, los procesos
reformistas de ampliación de derechos, y ni que hablar de los desafíos de
enfrentar a los dueños del capital nacional e internacional. Y esto
revela una característica cultural, una matriz, una elección y una decisión que
se manifiesta periódicamente en el “Que se vayan todos”. Siempre, a lo largo de
los procesos políticos sociales ha dicho que se vayan todos y que venga un
militar, un papá grande y con autoridad que ordene la Nación, esa Nación blanca
y civilizada, que no pisa el césped en sus movilizaciones, que es educada, esa
Nación tan bien descripta en la obra teatral “Ala de criados” de Maurico
Kartum. Es evidente que hoy no cuenta con el partido militar; sí con el poder
económico-financiero de las grandes corporaciones de la comunicación. De alguna
manera vuelve a pedir que se vayan todos, y exalta ese rasgo cultural de
desprecio hacia la política. Pero han roto esos diques de contención que hasta
hace poco tiempo atrás imponían cierto pudor, o vergüenza, para reivindicar un
golpe – a través de mini golpes – institucional. Esa barrera, ese límite, es la
dictadura, los treinta mil desaparecidos. Y ese dique, y más allá de lecturas
complacientes y condescendientes, fue violado durante la marcha de las
cacerolas. En esa ceguera, en esa violación de las construcciones culturales
trabajosamente elaboradas durante largos años de lucha, puede hallarse una
explicación de este fragmento triste, paródico, de nuestra historia reciente. Y
ante ello, no comprendo bien aun, las propuestas de condescendencia y
legitimación de reclamos que ofenden, hieren, violan toda una trágica,
dramática, experiencia de profundo dolor y desgarramiento nacional.
Es el kirchnerismo, es la Presidenta,
quienes vienen siendo atacados diariamente, y de las formas más viles, crueles
y, no se asusten, criminales. Y es el kirchnerismo el que no ha respondido con
violencias de cualquier tipo. Aun así, es el kirchnerismo el que debe dar
explicaciones por el descontento de un sector social que ha antepuesto la
desmesura, en el mejor de los casos, como reacción a medidas que el Gobierno ha
implementado. ¡Cuan leve puede ser, todavía, la Democracia, la construcción
ciudadana, en nuestra querida República!
Periodista. Dtor. de la Revista
La Tec@ Eñe –Cultura y Política.
www.lateclaene.blogspot.com